Aldana recorre sola la ruta 40 en moto: "En mi locura encontré mi libertad"
¿Sola? ¿En moto? ¿En plena pandemia? Fueron las preguntas que me acecharon cuando comenté que iba a hacer este viaje. ¿Cómo surgió? Salir al exterior estaba y está complicado, me había comprado mí Honda XR 150 el año anterior, entonces dije: ¿Por qué no? ¿Por qué no hacer mi primer viaje largo en moto por Argentina? Investigué un poco las rutas que había para hacer en el norte, me equipé con la ropa adecuada y las cosas necesarias, y salí. Armar rutas y salir son una de mis grandes pasiones, visité 22 países, viajé en avión, en barco, en tren, en auto, a dedo y en moto. Hice viajes de más de un año y viajes de unos 3 meses. Hoy le tocó a mi hermosa Argentina, estoy en viaje en este momento, en Salta, esperando para salir hacia San Antonio de los Cobres, para comenzar mi ascenso por la ruta 40 hasta la Quiaca.
En esta nota puntualmente voy a hablar sobre el tramito que ya hice por la famosa Ruta 40, y la frutilla del postre, su punto más alto, pero antes voy a hacer una breve introducción de como llegué a ella.
8 de abril, cargué mi moto y salí desde Villa Gesell, ciudad en la que vivo, rumbo a Buenos Aires, visité a mi familia unos cuatro días hasta que llegó el momento.
12 de abril, salí temprano y después de 510 km llegué a Marcos Juárez en Córdoba, dormí una noche ahí y continué 290 km más hasta Capilla del Monte, me quedé 3 noches en un camping y me dediqué a caminar por la ciudad y sus alrededores.
Desde ahí emprendí viaje, y después de 295 km hice una parada a dormir en Recreo, Catamarca. Nuevamente me levanté temprano para comenzar a recorrer los 394 km que me quedaban por delante hasta Amaicha del Valle en Tucumán, en este tramo agarré la hermosa ruta 307 que pasa por Tafi del Valle.
Más allá de la lluvia, la disfrute mucho, el verde de la vegetación, las curvas y contracurvas y las vistas increíbles desde El Infiernillo, que es el punto más alto con 3042 msnm. En Amaicha me quedé dos noches y después de ahí sabía que iba a pisar la ruta 40 por primera vez en moto
Después de hacer unos pocos km, llegué, y siii, me sentí emocionada por comenzar a recorrerla. Desde ahí, derechito a Cafayate, pequeña ciudad que te invita a quedarte, rodeada de montañas, famosa por sus viñedos (una lástima que no me guste el vino) y con uno de los paisajes más hermosos muy cerca, la Quebrada de Cafayate o de Las Conchas, la cual visité y se me hace muy difícil explicar con palabras lo que ví, lo que sentí, lo que me emocioné, lo que me generó este lugar.
110 km ida y vuelta desde Cafayate, saliendo por la ruta 68 hasta la Garganta del Diablo, tardé 5 horas y media, no porque pasara algo sino porque hacía 1 km y paraba a contemplar el paisaje, a sacar fotos, a emocionarme como una nena, a agradecerle a mi moto por haberme llevado hasta ahí, a mirar al cielo y balbucear gracias universo por esto.
La Quebrada es imponente, es mágica, juega con nuestra mente y nos permite imaginarnos figuras en las rocas, formadas por la erosión del viento y el agua durante millones de años. Además de las más famosas como el Sapo, el Fraile, los Castillos, el Anfiteatro, la Garganta del Diablo; podés dejar volar tu cabeza y ver muchas otras. La belleza y la perfección, o la belleza de la imperfección son tan grandes en este lugar que tiene tramos que parecen cuadros pintados a mano.
En uno de los tantos carteles que hay en la reserva decía.. "Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás". Cuánta razón tenía Atahualpa Yupanqui. En lugares como este hay que detenerse y mirar, ver, observar, reflexionar, contemplar y disfrutar.
Después de 4 noches en Cafayate decidí salir rumbo a Cachi, siguiendo por la ruta 40. Un día de sol espectacular, completamente despejado, fue el que me acompañó durante todo el trayecto. Después de unos mates, cargué la moto y salí.
Asfalto hasta San Carlos y un poco más, una vez que pisas el ripio todo cambia, la velocidad, los saltos de la moto a causa de los serruchos, los paisajes, el viento, los caminos angostos, los colores.
Muchas veces soñé con ir a la Luna y en muchos tramos de este trayecto me sentí en ella, sobre todo en la Quebrada de las Flechas, imposible no reconocerla, una vez que te adentras en ella comenzás a ver paredones enormes desde donde salen formaciones muy altas y puntiagudas que justamente parecen flechas.
Cada vez que frenaba a sacar una foto (fueron muchas) notaba que el silencio era ensordecedor, la paz era absoluta. Y una vez más sentí como el paisaje y yo éramos conexión pura. Lo que hizo la naturaleza con este lugar es muy difícil de describir.
En el camino frené a almorzar en el pequeño pueblo Angastaco, entrando 1 km desde la ruta 40 te encontrás con este pueblito de cuento rodeado de paisajes sublimes. Frené 2 noches en Molinos, un pueblo en el que parece que el tiempo se detuvo. Salgas a la hora que salgas, casi no hay gente en la calle. Arquitectura colonial, veredas muy angostas calles empedradas y faroles muy antiguos.
A pesar de su extrema tranquilidad, Molinos no es un lugar aburrido, se puede pasear por sus calles, dignas de fotografiar, visitar la casa de Indalecio Gómez, la Iglesia que en 1942 fue declarada Monumento Histórico Nacional, frente a ésta se encuentra la Hacienda de Molinos que hoy es un hotel, y a las afueras, a unos 18 km, hay una finca muy conocida, el paisaje durante el recorrido para llegar es maravilloso.
Y por fin llegué a Cachi, dónde me quedé 4 noches y desde donde hice el tramo que hasta el momento fue de lo más hermoso e imponente.
Cachi… sus casas de adobe perfectamente conservadas, de paredes blancas y estilo colonial.
Sus vistas a las montañas del Nevado de Cachi (pico más alto de los Valles Calchaquíes). Sus calles de piedra, sus dobles puertas en las esquinas, su antigua iglesia. Sus miradores alrededor del pueblo.
Todo esto le da un encanto especial a este pueblito calchaquí que se encuentra a 2530 msnm.
Ya llevaba 15 días de viaje y no paraba de ver la reacción de la gente al ver a una mujer viajando sola en moto, me sigue pasando hoy en día. Y ni hablar cuando cuento que hice el Abra del Acay en solitario, frutilla del postre de esta nota.
Una vez leí esta frase que me representa: "En mi locura encontré mi libertad".
Hoy puedo decir que tengo una cosita menos en la lista de lo que no quiero dejar de hacer en esta vida. Pisé el punto más alto de la ruta 40.
Me asesoré con alguien del lugar, me dió algunos tips, hice carburar la moto para la altura, preparé las cosas, me acosté a dormir y me puse el despertador 8:30 de la mañana. Me habían recomendado que no saliera muy temprano por el frío, y claramente tenían razón.
Lo normal de este tramo es hacerlo desde Cachi a San Antonio de los Cobres y seguir viaje, o al revés. Pero como yo obligadamente tenía que ir a Salta a hacerle el service a la moto, se me ocurrió hacer el Abra del Acay ida y vuelta en el día desde Cachi: 205 km por ripio, 9 horas de recorrido, frenando a sacar mil fotos y a charlar con otros viajeros.
Llegar a la cima me emocionó hasta el alma, pero el recorrido hasta ese lugar no puede ser descripto con palabras.
Me habían dicho que tenía que cruzar 5 veces el río que serpenteante atraviesa la ruta. Puse primera, pies en el agua y avancé, y agradezco haberlo hecho. Lo que me esperaba después de cruzarlo era mágico: curvas, contracurvas, precipicios, caminos angostos, el frío, la soledad, piedras bastante grandes, cuestas empinadas, colores y más colores, de los que quieras, llamas que se acercaban a recibirte, cactus erguidos que parecían estar levantando los brazos dándote la bienvenida, montañas enormes que me habían dicho que era como que te metías en ellas y literalmente las atravesás por dentro hasta llegar a la cima, hasta llegar ahí, el Abra del Acay, el punto más alto de la ruta 40, a 4895 msnm, aunque algunos dicen que tiene más de 5000 msnm.
Llegar hasta ahí me emocionó hasta las lágrimas, el frío en la cima era extremo, pero nada me importó, mi felicidad era enorme, ni siquiera sentí signos de apunamiento, solo me faltaba un poco el aire, tenía que hacer movimientos muy lentos y se me iba la voz (no sé si por el frío, por la altura o por la emoción) , hablaba como si estuviera afónica. En la cima me recibió un pequeño zorrito muy simpático que se acerco en busca de comida.
Una vez más me sentí pequeña en este mundo, una vez más quise agradecerle a mi motito por haber llegado hasta ahí sin quedarse en ninguna cuesta, bancándose el agua de los ríos, la altura y por no haber pinchado ni una sola rueda.
Desde ese altura, dónde me sentí más cerca que nunca de él, quise agradecerle a mi papá el haberme heredado el amor por la aventura, la vida al aire libre y la atracción por las motos. Quise agradecerle al universo y a la vida por permitirme hacer esto y a mi por tener el valor de hacerlo sola.
Volví con una sonrisa tan grande, cómo la de un niño con juguete nuevo.
Próximamente, de San Antonio de los Cobres a La Quiaca por la Ruta 40.